jueves, 15 de febrero de 2018

Especial Big Culo Day: La crisis de los palos en el trasero

La luna ya brillaba en el cielo cuando Abel W. Mason salió de su despacho en la facultad de Filosofía y Letras. Había pasado años yendo y viniendo de una carrera a otra, hasta que se acomodó lo suficiente en la de Filología Germánica como para quedarse, graduarse y conseguir una plaza como profesor e investigador mientras terminaba su tesis "Cómo decir una frase en alemán sin acabar escupiendo a tu interlocutor: Una introducción al tono agresivo y las esdrújulas imposibles del idioma germánico". Había estado trabajando en dicho estudio hasta bien tarde, aunque en el proceso contó el argumento entero de una película alemana, y ya iba siendo hora de volver a casa.

En el campus nocturno reinaba una inesperada niebla que cubría todo y llenaba de humedad la ya de por sí fría atmósfera de Nueva Inglaterra. Abel sacó la linterna que siempre llevaba encima y se la puso en el bolsillo delantero de su chaleco. Fue caminando hacia el aparcamiento y, cuando ya casi estaba allí, comenzó a escuchar como unas interferencias de radio. Se detuvo y miró a su alrededor. Sólo niebla y oscuridad... aunque parecía que oía algo que se le acercaba. No sabía discernir desde qué dirección, pero algo venía hacia él mientras el sonido de radio sin sintonizar cada vez se oía más fuerte. No tuvo tiempo para evitar el ataque. Sólo un grito desgarrador rompió el silencio de la noche.

La mañana siguiente, el frío invernal saludó al becario de la Fundación Wilmarth mientras caminaba por el campus de la Universidad Miskatonic. Llevaba meses trabajando en su pequeño proyecto especial (contactar con los Dioses Arquetípicos. Los de verdad, no como les pasó la última vez. Convencerlos de que esa ciudad estaba llena de CCC (criaturas del ciclo de Cthulhu y esperar que hicieran su trabajo), pero no avanzaba mucho. Pensando en cómo podría llevar a cabo esta misión, se cruzó con un compañero becado, Abel W. Mason. No eran becarios de la misma carrera ni de la misma facultad, pero cada año se celebraba un partido de hockey entre todos los becados en la Miskatonic, así que, quisieran o no, todos se conocían un poco. Pero hoy Abel parecía extraño. Caminaba muy firme y hablaba mecánicamente con un vocabulario tedioso y difícil de seguir. Normalmente era una persona más vivaracha, así que la alarma saltó en el cerebro del becario. Abel W. Mason no se comportaba como él. Esto era síntoma de la influencia de alguna CCC, o peor, de una DCC (Deidad del Ciclo de Cthulhu). Era el momento de trabajar.

El becario sacó su Walkie-Talkie especial de la Fundación Wilmarth (llenos de arenilla hecha con piedras con el símbolo arcano, para que nadie pudiera intervenir la llamada) y llamó a sus compañeros, les comunicó lo que había visto y esperó nuevas instrucciones. La respuesta fue que esperara allí con el sujeto afectado.

Siguiendo las órdenes de sus superiores, el becario detuvo a Abel, que ya se marchaba desfilando como un soldado, y empezó una conversación de besugo, a la que el otro respondía como si fuera la persona más sosa jamás concebida. No sabía lo que le habían hecho esas maléficas criaturas, pero recibirían su merecido. Una buena ración de piedras con el Símbolo Arcano. La Fundación había comprado al por mayor a un fabricante chino y tenían de sobra.

Minutos después llegaron dos miembros de la Fundación Wilmarth. Uno de ellos era profesor de la universidad, y el otro era agente de campo. El becario les mostró a la posible víctima de las DCC y sus superiores lo estudiaron. Sí, se comportaba de una manera muy extraña. Quizás como si hubiera sido alterado por esas CCC que hacían intercambios mentales con humanos. Sabían perfectamente que todos los años había al menos uno de esos seres en la universidad disfrazado como humano normal. Decidieron hacer un estudio más profundo y encontraron algo escalofriante. Abel W. Mason no había sido intercambiado por una CCC. Tenía un palo. Un palo metido por el culo.

Mientras la Fundación Wilmarth hacía este inquietante descubrimiento, Seabury Q. Pickman se tomaba un café minutos antes de iniciar su primera clase. Estaba disfrutando de su cafeína concentrada cuando vio entrar en la cafetería a un grupo de estudiantes que caminaban de una forma muy peculiar. Todos iban muy rectos,  como si estuvieran en un desfile militar, y hablaban entre ellos como si fueran la voz en off de un documental soporífero. Esto no habría sorprendido a Seabury si no fuera porque iban con sudaderas de Alpha Beta Kappa, una de las fraternidades más fiesteras de la universidad. Si habían sido aceptados en ella no podían ser tan sosainas. Algo extraño estaba pasando... y no tardó en averiguar qué era.

Las puertas de la cafetería se abrieron de golpe, mostrando a un grupo de estudiantes que intentaban entrar corriendo, pero algo  que les seguía consiguió agarrar a uno de ellos y sacarlo al exterior. Seabury vio esto, ya imaginando que alguna criatura ultraterrena había sido invocada por error, pero cuando fue a mirar lo que sucedía se sorprendió aún más.

No, no era una criatura ultraterrena, sino una especie de fotocopiadora con patas, que iba capturando estudiantes con unas pinzas, los acercaba a su cuadrangular forma y les hacía algo, algo muy rápido que Seabury no conseguía ver bien. Después de lo que fuera que hacía la máquina, el alumno adquiría el comportamiento sosainas que había contemplado antes. Eso quería decir una cosa buena y otra mala. La buena era que no estaban siendo invadidos por vainas del espacio exterior. La mala era que no tenía ni idea de cómo detener a ese trasto. Bueno... al menos sí sabía cómo no detenerlo, pues se percató de la presencia de varios miembros de la Fundación Wilmarth que iban persiguiendo a la máquina y le lanzaban piedras estrelladas. Seabury pensó, por primera vez en su vida, que era una lástima que ya no dejaran a los de la Fundación lanzar explosivos dentro de los límites de Arkham.

-¡Apartaos, compañeros! ¡Esta máquina está siendo controlada por una entidad alienígena y tenemos que detenerla! -iba diciendo uno de los miembros del grupo de perseguidores, alentando a los demás estudiantes a que se apartaran. La máquina se lanzó a por él y no pudo escapar. En cuestión de segundos era un sosaina más.

¿Podía estar en lo cierto y la máquina estaba siendo utilizada por inteligencias alienígenas? Podía ser, aquello era Arkham y no le sorprendería demasiado. Ese chisme podía ser obra de los reptilianos nazis... pero ellos normalmente les ponían insignias a sus máquinas, y esta no llevaba ninguna. ¿Quizás obra de los aliens grises que habían llegado a la ciudad recientemente? Seabury iba pensando en posibilidades hasta que se dio cuenta de que el trasto estaba casi sobre él, y parecía haberle echado el ojo. Se dispuso a huir de la máquina, pero esta le cogió del pie derecho con una de las pinzas ¡Le iba a convertir en un sosaina!

Seabury ya estaba rezando a todos los dioses cuando un trueno sonó en el cielo y se vio libre del ataque de la máquina. Estaba con los ojos cerrados con fuerza esperando que la máquina le hiciera lo que fuese que le hacía a los demás, pero no le había hecho nada. La máquina le había soltado. Seabury abrió los ojos con cautela y vio que delante de él ya no estaba la máquina, sino un gigantón de más de dos metros, lleno de músculos y con una armadura que le sonaba mucho. ¡Brontes al rescate!

-Ey, Seabury ¿cómo te va? -dijo Brontes.

-¿Que cómo me va? Esa cosa iba a... a... lo que sea que haga ¡¡¡¿cómo quieres que esté?!!!

-Pero ya estás a salvo, ahora déjame a mi. Conozco perfectamente a este chisme.

-Que lo conoces... ¡Ya me estás diciendo qué es esta cosa y cómo sabes lo que es.

La máquina estaba intentado capturar a Brontes, pero este estaba realizando una danza bastante lamentable, con la que conseguía evitar ser capturado. mientras lo hacía, respondió a Seabury.

-Verás, siempre se ha dicho que los que se gradúan en la facultad de económicas salen de allí como si les hubieran metido un palo por el culo... pues no es una metáfora. Esta máquina tan inquieta es la que se utiliza para meter un palo por el culo a los alumnos cuando terminan la carrera. La cuestión es que hace días se estropeó y la dejaron a que la arregláramos, y yo... esto... le dejé el trabajo a unos colaboradores perfectamente cualificados.

-Brontes -dijo Seabury muy serio-. Dime inmediatamente a quien les dejaste este trasto.

-A unos ayudantes muy trabajadores...

-Sí, unos ayudantes tan trabajadores que han lanzado a este cacharro a meterle palos por el culo a todos los que se cruza ¡¡¿A quien dejaste la reparación?!!

-Eh... a los becarios...

Por un momento, Seabury sintió deseos de estrangular al cíclope, que seguía con su danza ridícula, con tanto ritmo que un individuo dejó a su lado un radiocasete de los '80 con una música que casaba perfectamente con el baile de Brontes.

-¡¿Y por qué no lo has fulminado ya con un rayo?!

-Porque los de económicas le pusieron un revestimiento de adamantium. No podemos destruir tan fácilmente a esta cosa -. Mientras decía esto, Brontes recibió el impacto de una piedra con forma de estrella-. ¡Ey, cuidado con las piedrecitas!

El aparato pareció cansarse del baile de Brontes y se giró en dirección a los de la Fundación Wilmarth, que le esperaban armados con sus piedras con símbolo arcano. Alcanzó a dos de ellos y, rápidamente, les introdujo un palo por donde la espalda pierde su nombre.

-Brontes ¿cómo vamos a detener a este trasto? -preguntó Seabury -. Normalmente llamaría a Welcome, pero se ha ido con Kate a celebrar San Valentín a Dunwich y llevan allí más de dos días.

-Pues tiene que ser algo que se nos ocurra antes de que convierta a toda la Fundación Wilmarth en sosos con un palo en el culo. Aunque igual eso es mejor, así dejan de buscar tantas DCC y CCC.

Una bombilla pareció encenderse sobre Seabury.

-Creo que ya sé cómo parar esto. Tenemos que ir a Martini Beach y hacer que la máquina nos siga.

-¿Y cómo hacemos eso? -preguntó Brontes.

Minutos después, un ciudadano normal de Arkham se disponía a comprar el periódico, cuando ante él pasó, a toda velocidad, un coche en el que iba conduciendo un individuo con una pipa en la boca y al lado había un gigantón con el culo por fuera de la ventanilla, como si le estuviera haciendo un calvo a toda la ciudad. Detrás de ellos iba una especie de fotocopiadora con patas que intentaba coger al del culo, pero el coche era más rápido. El ciudadano de Arkham se estrechó de hombros y siguió su camino al kiosco.

-¿Puedes ir un poco más despacio? Se me está helando el trasero -le dijo Brontes a Seabury.

-Si vamos más despacio, nos alcanzará, y no creo que quieras un palo metido por el culo.

Brontes pareció replantearse la idea de ir a menor velocidad. El coche de Seabury cruzó la ciudad lo más rápido que pudo y llegó a la costa. Una vez en Martini Beach, dio un frenazo y aparcó casi en la arena. Bajó del coche y fue corriendo a la playa, donde había un grupo de profundos acampados. Se trataba de un grupo de los que estaban en la ciudad haciendo protestas contra la contaminación de las aguas. Brontes salió del coche y la máquina fue detrás de él, dando saltos, como si se hubiera obsesionado con el culo del cíclope.

-Lo que se te haya ocurrido, mas vale que lo hagas pronto. Este chisme me ha cogido  tirria -dijo Brontes esquivando a la máquina.

Seabury estaba hablando con los profundos. Después de explicarles lo que quería de ellos, un profundo que parecía ser parte de los líderes de las protestas se acercó a las aguas y comenzó un cántico en dirección al mar. Momentos después, varios de los otros profundos se unieron al cántico. Minutos después, algo que parecía una ola se fue acercando a la orilla de manera imparable, la ola se convirtió en un géiser del que salió una inmensa criatura. Gigante cual Polifemo, el ser parecía un profundo del tamaño de un edificio de cinco pisos. Se trataba del mismísimo Padre Dagón.

-¡Brontes! ¡Corre hacia Dagón! -exclamó Seabury.

El cíclope no lo dudó ni un instante. Ya estaba harto de la máquina de las narices. Corrió hasta la orilla y se tiró en plancha al agua. La máquina de meter palos en el culo pareció perder de vista a Brontes, pero se encontró con algo que le atraía más. Era un culo gigante, el culo más grande al que se había enfrentado, el culo del padre de los profundos.

La máquina comenzó a trepar por las piernas de Dagón, ante la atónita mirada de éste. Las poderosas zarpas del padre de los profundos intentaban quitarse esa cosa, pero la máquina saltaba de una pierna a otra. Finalmente, el aparato consiguió llegar al culo de Dagón y se dispuso a realizar su operación, pero aquel era un culo demasiado grande, con un palo no le bastaría, ni con dos, ni con tres, ni con... La máquina comenzó a echar humo y se soltó de los glúteos del padre de los profundos, momento que éste aprovechó para darle un zarpazo que la mandó directa al paseo de Martini Beach. Allí, el aparato se quedó echando humo y chispas. Antes de que Dagón pudiera cabrearse por aquello, los profundos aplacaron al ser con cánticos y alabanzas, por lo que éste se quedó contento y volvió al mar.

-¡Eso ha sido fantástico! -exclamó Brontes.

-Se me había ocurrido que nuestro problema era que ni podíamos detener al aparato por su blindaje. Teníamos que conseguir que él mismo parara de intentar meter palos por el culo. Intentar hacer esto con el inmenso culo de Padre Dagón ha debido cortocircuitarlo y dejarlo inútil.

-Sabía estratagema, Seabury.

-Sí... pero tú vas a volver a la universidad inmediatamente, y vas a arreglar ese trasto con un equipo verdaderamente cualificado, y además, pedirás disculpas a mis alumnos por llegar tarde a la clase.

-Como si que faltes a una clase y tengan una hora libre fuera una tragedia -musitó Brontes.

-Pues... ¡da igual! Volvamos inmediatamente a la universidad.

Brontes cogió la máquina, que seguía echando chispas y se metió el coche con Seabury. Allí, en la playa, se quedaron los profundos despidiéndose. No sabían exactamente qué había pasado, pero ver a Padre Dagón darle un sopapo a la fotocopiadora con patas había bastado para que no se hicieran preguntas. Había sido algo digno de ver.

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