Un homenaje a "El fantasma de Canterville" de Oscar Wilde.
Todo empezó con la mancha de sangre en
mitad del vestíbulo de “La Llave y la Puerta”. Si tenía que
empezar en algún lugar, no podía ser otro para lograr el mayor
efecto melodramático. Por supuesto, la mañana en que fue
descubierta, se desató la tormenta perfecta: Harvey Pickman furioso,
Anna Pickman iracunda y Araknek subiéndose por las paredes (literal
y metafóricamente) mientras clamaba contra el autor de la bromita.
Por supuesto, tuvo que intervenir la policía, aunque no tardó en
descubrise que era sangre de vaca, probablemente comprada en
cualquier carniceria y derramada por algún estudiante con un macabro
sentido del humor. Pero habían abierto la caja de los truenos, y la
furia de los Pickman y su arácnida empleada se canalizaría para
hallar al culpable. Pronto se puso la residencia en pie de guerra,
aplicando una estricta ley marcial y sometiendo a interrogatorio a
los sospechosos habituales (es mejor tenerlos habituales que luego ir
buscándo a quien investigar), pero sin obtener resultado alguno. Los
poco habituales fueron sometidos al mismo tratamiento, con idéntico
resultado. Los raramente habituales tampoco aportaron luz sobre el
asunto, y los habitualmente inocentes tampoco sabían nada.
Tras poner patas arriba la residencia
durante todo el día y acabar con algunos trabajadores al borde de un
ataque de nervios, los Pickman se convencieron de que no había sido
ninguno de sus “huespedes”, al menos directamente. Sin embargo,
la cosa no se quedó sólo en la mancha de sangre. Mientras se
sometía a interrogatorio a los estudiantes de la residencia, en la
Miskatonic ocurrían más fenómenos extraños (más de lo habitual,
está claro). Seabury Pickman estaba atareado revisando el material
audiovisual para su próxima clase cuando escuchó fuera de su
despacho el reudio de hierros viejos que se acercaban. Con un
estremecimiento, le echó una rápida mirada al grueso tomo con las
obras completas de William Hope Hodgson que tenía en una de sus
estanterías, recordando las extrañas circunstancias en que acabó
en sus manos. Temeroso de que sucediera algo parecido, al principio
dudó, pero finalmente se armó de valor y se acercó a la puerta. Al
abrirla, vió ante él un viejo terrible (más terrible que el
Anciano Terrible que vivió en Kingsport): sus ojos parecían
carbones encendidos, una larga cabellera gris caía en mechones
revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban
manchadas y en jirones y de sus muñecas y tobillos colgaban unas
viejas y oxidadas cadenas y grilletes. Seabury, sorprendido, cerró
la puerta de golpe, tomó aire profundamente y trató de
tranquilizarse. Rápidamente dió con la solución: avanzó hacia un
armario de su despacho, lo abrió y sacó un espray lubricante. Con
gesto decidido, se dirigió de nuevo hacia la puerta, al otro lado de
la cual seguía esperando la aparición, y, con voz segura, le dijo:
-Distinguido señor, permítame
recomendarle este excelente producto lubricante para que engrase sus
cadenas. Es una fórmula diseñada por unos estudiantes de esta
institutución y le aseguro que es completamente eficaz contra el
óxido y la herrumbre acumulados con el tiempo. Y ahora, con su
permiso, tengo que volver al trabajo. Si desea hablar conmigo, le
invito a que pida una cita en la secretaría de la facultad.
El fantasma, sorprendido, cogió el bote de lubricante mientras el flemático profesor se despedía y cerraba de nuevo la puerta para volver al trabajo. El fantasma, inmóvil de indignación, no sabía como reaccionar, hasta que, con un alarido de ira huyó por el corredor (eso sí, llevándose el lubricante). Durante el resto del día, apariciones similares se dejaron ver por toda la universidad y la residencia: un esqueleto leyendo un diario íntimo mientras bailaba la “Skeleton Dance” (aquí el fantasma se hizo un pequeño lío), una mano verde tamborileando en los cristales (y perseguida tenamente por Araknek, que no le gustaba que le llenaran de huellas de dedarros las ventanas), una armadura completa (que luego se supo que pertenecía al atrezzo del grupo de teatro de la universidad) ocupada por un espectro, una niebla fosforescente de la que emanaban carcajadas satánicas, un gran perro negro de aspecto demoníaco, etc.
Como se trataba de un ente fantasmal,
Anna Pickman se lo tomó como un desafío personal. Comenzo
interrogando a todos los testigos de las apariciones y anotandolo
todo con pelos y señales. Tal abundancia de manifestaciones
espectrales no podía ser casual, tenía que haber una pauta, un
esquema que se escapaba a su entendimiento. Por ello, decidió dar un
paso más allá, y, fruto de un momento de inspiración, decidió
investigar las actividades recientes realizadas según el programa de
la Universidad. Con la ayuda del resto de los Pickman y la
colaboración interesada de Brontes (el cíclope quería darle una
lección al fantasma que, ataviado con un sombrero de ala levantada
por un lado y caída del otro, con una pluma roja, y un sudario
deshilachado por las mangas y el cuello y armado con un puñal
mohoso, le dió un susto al presentarse por sorpresa a sus espaldas
mientras estaba concentrado en el estudio de un diseño propio),
juntos no tardaron en vencer la resistencia del cuerpo administrativo
y su ingobernable legión de secretarias y secretarios, siempre
dispuestos a usar la burocracia como arma de asedio contra el invasor
que pretenda adentrarse en su mundo. Tras analizar toda la
información recopilada, dieron con lo que parecía ser la clave del
asunto: Todas y cada una de las manifestaciones observadas, partiendo
de la mancha de sangre, correspondían a las caracterizaciones y
manifestaciones de Sir Simon de Canterville, a quien Oscar Wilde
diera vida en su historia corta “El fantasma de Canterville”.
Esta había formado parte del temario de un seminario que se había
realizado sobre la obra del escritor, poeta y dramaturgo irlandés,
por lo que la investigación tenía que tomar un nuevo rumbo. Con la
lista de asistentes al seminario, Anna realizaría una nueva tanda de
entrevistas, pero esta vez ya sabia que tenía que preguntar.
Mientras tanto, el fantasma había sido
visto de nuevo: un esqueleto blanqueado por el tiempo daba vueltas a
cuatro patas alrededor del monumento en memoria de Sir Terry
Pratchett, moviendo los ojos en sus órbitas, para asombro de Pequeña
T'auin. La tortuga del mundo contemplaba asombrada este espectáculo
y parecía más divertida que asustada, para desgracia de la
aparición.
Con los nuevos datos obtenidos, la
investigación se condujo directa y rápida, sometiendo a
interrogatorio a los sospechosos hasta que lograron que la verdad
saliera a la luz. La culpa de todo la tenían unos estudiantes
aficionados al espiritismo y todo lo relacionado con los fantasmas y
sus manifestaciones. Casi parecían amigos de Robert Pickman, en
opinión de Anna. Estos genios, que habían participado en el
seminario sobre Wilde, decidieron probar suerte e invocar al fantasma
de Canterville, sin darse cuenta de que este era una criatura de
ficción. Lamentablemente había gente así: no diferenciaban (o no
querían hacerlo) la realidad de la ficción con determinadas cosas.
Parecían haber tenido éxito, pues salieron ahuyendo ante la primera
manifestación de Sir Simon: un viejo espectral ataviado con un largo
sudario salpicado de moho de cementerio, con la quijada ataada con
una tira de tela y una linterna y un azadón de sepulturero. Tras
este “éxito”, decidieron dejar correr el asunto y dedicarse a
cosas más “materiales”, sin embargo, el fantasma seguía suelto
y había que detenerlo. Para ello, Anna elaboró un plan que incluía
el uso de un cebo: una joven que se disfrazara de Virginia Otis, la
muchacha virginal que logra redimir al fantasma. Debido a las prisas
para detener estas manifestaciones sobrenaturales, no había tiempo
de organizar un casting en condiciones, por lo que acabaron
embutiendo a Welcome en un vestido que parecía sacado de alguna
ilustración gótico-romántica y que la hacía parecer más una
vampiresa ninfómana que una virginal doncella americana.
-Al menos, si realmente es Sir Simon,
no se resistirá a tus obvios “encantos”- expresó Anna haciendo
referencia a los generosos pechos de la joven, que el vestido
realzaba más que disimular.
Con una mueca de desencanto, Welcome se
avino a hacer su papel, ya que, a fin de cuentas, no era mala actriz,
esperando que la cosa no se demorara demasiado. Decidieron tender la
trampa en la estatua en memoria de Sir Terry Pratchett, donde Welcome
se apoyó lánguida en espera de la llegada del espectro. Cuando éste
hizo su aparición, ataviado como un monje benedictino vampiro,
Evangeline hizo una buena interpretación de la joven dulce y
virginal que atrajo al fantasma. En el momento oportuno, la chica
hizo una señal y una red tejida con la seda de Araknek fue lanzada
sobre el espectro que se vió atrapado y sin posibilidad de escapar
ante ese tejido de otro mundo. Llegado el momento, y una vez
capturado, Anna, Welcome y Araknek se acercaron al ente para
interrogarle y buscar la forma de exorcizarlo.
Con gesto decidido, y en la mejor
tradición del show de Scooby-Doo, Anna arrancó la máscara que
ocultaba los verdaderos rasgos del espectro. Aquel no era Sir Simon
de Canterville, un personaje ficticio, sino... ¡¡el fantasma de
Oscar Wilde!! Ante la sorpresa de la revelación, el propio autor
irlandés explicó lo sucedido:
-Aquellos estudiantes pretendían
invocar a mi creación, más, siendo esta ficticia, eso era
imposible. En su lugar, lograron atraerme a mí. Y ya que me
encontraba aquí, decidí seguirles el juego y caracterizarme como
Sir Simon para divertirme un poco. Cuando vi a la dama caracterizada
de esta manera, sentí curiosidad por la trama que habíais
organizado y, por ello, he sido capturado. Bien, reconozco que ha
sido divertido, pero ya es hora de marcharme. Tal vez vuelva de nuevo
por este lugar, pues me ha resultado gratamente sorprendente.
Y con la elegancia de un caballero
decimonónico y el ingenio de un hombre único en su género, se
despidió de los presentes para, por su propio pie, una vez liberado
de la red, alejarse y desaparecer tras una esquina.
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