Ulthar parecía haber
recobrado la tranquilidad desde la partida de Loki y el Señor de las
Tormentas, o, al menos no se había producido ninguna perturbación
de la paz digna de mención. Así había sido al menos hasta que, un
par de días después de la partida del nórdico y su asociado, un
nuevo dios llegó a través del puente que unía a esta tranquila
población con su vecina, Nir. Llegó por la noche, cruzando el río,
un hombre de rasgos serenos, pálido y vestido completamente de
negro, contempló aquel tranquilo lugar y decidió que se quedaría,
por lo menos hasta que no hubiera ninguna otra razón para irse. No
le fue difícil instalarse, y, tras establecer contacto con diversos
comerciantes, se hizo con las materias primas que necesitaba. Pronto,
los primeros fuegos artificiales iluminaron la noche para sorpresa de
los vecinos y los gatos. Aquel dios recién llegado no parecía
dispuesto a perturbar la paz, y aunque parecía preferir las horas de
oscuridad, se perdonaba su excentricidad a cambio de poder disfrutar
de sus espectáculos pirotécnicos. Summanus sonreía, feliz, había
encontrado un buen lugar donde aguardar el devenir de los
acontecimientos y podía seguir dedicándose a aquello que tan bien
se le daba. A fin de cuentas era el dios etrusco de las tormentas
nocturnas, y un viejo dios debía aprender trucos nuevos para
sobrevivir.
Habían pasado varias
semanas y las noticias de los acontecimientos acaecidos en Inquanok
no tardaron en llegar hasta Ulthar, donde Summanus sonreía
satisfecho al contemplar sus fuegos artificiales mientras acariciaba
a un gato negro. Cuando llegó a sus oídos la noticia de aquellos
dos dioses que se pasaban el día follando y de aquel demonio que
pasaba el tiempo como músculo de alquiler, supo que el momento se
acercaba. No tenía claro que iba a pasar, pero si habían sido
convocados a las Tierras del Sueño era por algún motivo. Y si Loki
estaba metido en el asunto iba a ser de lo más interesante.
Al día siguiente,
Summanus caminaba por las sombras cuando vio algo que le dejó
totalmente desconcertado: una horda de gatos corría despavorida
calle abajo, como huyendo de algo, arrasando todo cuanto se cruzara
en su camino. Y en su camino se cruzó Summanus, que cayó bajo la
embestida de un juggernaut peludo y maullante, que pasó por encima
del dios, derribándolo y dejándolo lleno de huellas felinas y
pelos. Cuando la avalancha pasó de largo y logró levantarse,
mientras intentaba sacudirse el vello gatuno que se había adherido a
su traje, contempló la causa de tal estampida: un enorme oso pardo
cabalgado por un individuo de extravagante vestimenta avanzaba hacia
él. Aquel jinete ursino vestía lo que parecía un raído uniforme
militar ruso combinado con una armadura de escamas, lucía una larga
barba blanca y un casco medieval. Cuando el oso estaba a punto de
atropellar al sorprendido Summanus, se detuvo en una compleja
maniobra que le hizo acabar resbalando y caer despatarrado, mientras
Perun, pues no era otro quien cabalgaba, lanzaba un grito de guerra.
Tras desmontar, Perun se
acercó al etrusco al que dió un poderoso abrazo de oso que le dejó
sin respiración y le estampó dos sonoros besos.
-Amigo, cuanto tiempo sin
verrrrrte. Es un placerrrr encontrrrarrrte de nuevo aunque sea en
estas cirrrrcunstancias.
(Nota: como Perun habla
con un fuerte acento ruso, a partir de este momento sus diálogos se someterán a una traducción simultánea para comodidad del lector).
Summanus, que por fín
logró liberarse de la presa del eslavo, tomó aire y por fin pudo
responder:
-¡¿Perun?! ¿Qué haces
tú también aquí? Oye... ¿no estarás borracho por casualidad,
verdad? Porque la que has montado con los gatos entrando de esa forma
en el pueblo....
-No, amigo, camarada,
para nada, en estas tierras no destilan un buen licor ni que los
maten. Para mí todo esto es aguachirle, aunque dicen por ahí que
ciertos marineros que lucen turbantes con dos protuberancias en
Dylath-Leen tienen un aguardiante particularmente fuerte.
-Pero no creo que hayas
venido aquí a hablarme sobre bebidas alcohólicas.
-Ojala, pero ya te digo
que no hay nada que se compare al vodka de mi querida Rusia,
sobretodo al que destila mi querida Rodina, la Madre Rusia. ¡Qué
mujer! ¡Y fueron los soviéticos las que le dieron vida! ¿Quién lo
iba a pensar de una panda de ateos semejantes? Pero Rusia siempre ha
sido buena tierra para nosotros, y sólo faltaba que le dieran
entidad. ¡Y qué entidad! ¡La Rodina! ¡Qué pedazo de mujer! ¡Con
unas tetas, un culo! Y no es ninguna de esas señoritingas
blandengues, que va, ¡es una auténtica rusa! ¡Te pega un polvo que
no puedes levantarte de la cama en dos días y luego se va a
trabajar! ¡Qué mujer! Cuando los soviéticos la crearon lo hicieron
a conciencia: la belleza, fuerza, carácter e idéntidad únicos de
la tierra concentrados en una diosa madre que ríete tu de la sosa de
Madame Libertad de los USA.
-Sí, sí, vale, pero
ahora a lo que estamos, si no te importa. ¿De dónde has sacado al
oso?
-¿Misha? -el oso, al
escuchar su nombre se aproximó a Perun y se sentó junto a él
mientras el dios le rascaba la cabeza.- Es un amigo, a un dios de
todas las Rusias y la Europa Oriental no puede faltarle un oso, más
un oso tan valiente y fuerte como mi querido Misha. Ah, que tiempos
aquellos en los que podía ir a caballo o en oso desde un extremo al
otro de las Rusias, con la Rodina, probando los destilados y
chifladuras de la vieja Baba Yaga (entre nosotros, me parece que la
vieja bruja a veces chochea), festejando con Chernobog y los strigoi
en los cárpatos. ¡Grandes tiempos, grandes tiempos! Pero bueno,
aunque nos quieran dejar de lado, los dioses seguimos presentes.
-Ya, no hay otra que
reciclarse. Aunque los rusos lo tenéis mejor, hay muchos cuentos y
tradiciones sobre vosotros, así que por ahí seguis siendo
poderosos. Pero bueno, que nos vamos del tema. ¿Tienes la más
mínima idea de que hacemos aquí, en las Tierras del Sueño?
Justo en el momento en
que Perun le iba a responder, cuando un flash de luz los dejó
cegados unos instantes. Ante ellos se alzaba la figura de un un
poderoso hombre de rasgos de un atractivo sobrenatural, desnudo de
cintura para arriba y que portaba una corona de brillantes llamas,
flotando sobre el aire.
-Oíd, dioses del trueno
-habló el recién llegado- Soy Karakal, Dios de los Grandes, señor
de los rayos y la fuerza eléctrica, amo de la llama eterna que
brillará hasta el final de los Tiempos. Los que compartimos el poder
del rayo y el trueno estamos sometidos a un grave peligro, debéis
venir conmigo.
-¿Habrá bebida, mujeres
y acción? -preguntó Perun
Karakal, sorprendido por
la pregunta, tardó un poco en responder de forma afirmativa. Sabía
que era la mejor forma de acabar rápido con aquel reclutamiento.
Ante la perspectiva que se le presentaba, Perun no dudó en aceptar.
Summanus, al comprender que aquello era lo que estaba esperando,
también asintió. Los tres dioses y el oso Misha dejaron Ulthar.
En la Jungla de Kled, un
conciliábulo de elementales de la tormenta, kamis tempestuosos y
otros espíritus menores de diversas religiones animistas y
panteístas fue aniquilado por la hoja de la espada.
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