jueves, 15 de enero de 2015

Cuando los despertadores fallaron

Un tie-in de Thunder-verse


Nadie sabía de donde surgió la tormenta. Los meteorólogos estaban sorprendidos, pues la tempestad pareció surgir de la nada, formándose rápidamente y cubriendo toda Arkham con un remolino de nubes negras preñadas de una lluvia que no tardó en desatarse sobre la ciudad y un fuerte aparato eléctrico. Los truenos eran terribles, durante los primeros minutos los rayos se contaban por decenas, cubriendo las nubes y la ciudad con una extraña iridiscencia con cada descarga. La fuerza de aquel vórtice ciclónico era anormal y sus consecuencias fueron más allá de lo esperado. Además de los daños causados por la caída de los rayos, se produjo un apagón que sumió la población en la oscuridad, tan sólo iluminada por los relámpagos, pero, como extraño efecto secundario, todas las baterías y pilas se quedaron de improviso sin carga, agotadas, como si alguna ignota fuerza las hubiera vaciado de energía. Durante la tormenta, en La Llave y la Puerta, Brontes se removía inquieto en su cama, atormentado por una pesadilla que le impedía descansar plácidamente. En su delirio onírico, el dios del trueno percibió algo que le hizo despertar aterrado con un alarido que se escuchó por todo el edificio y parte del campus y los alrededores. Las imágenes de su desvarío, del terror que le había atormentado, se desvanecieron rápidamente de su mente, pero permanecía la sensación de una presencia extraña, un dios con desconocidos propósitos, y una espada que se estaba forjando. Un nombre se asentó fuertemente en su mente: Cortatormentas. Por alguna razón, la creación de ese filo parecía estar provocando una desestabilización en los niveles energéticos de los continuos espacio-temporales y causando alarmantes y caótica fluctuaciones en el dominio de las tormentas por parte de las deidades que las incluían en sus ámbitos de poder. Estremecido, Brontes se levantó para ir a vaciar la vejiga y volvió a acostarse, esperando que los acontecimientos de esa noche no tuvieran nuevas consecuencias. Se equivocaba.

Brontes prefería, con mucho, enfrentarse a Harvey Pickman en modo berserker, plantarse ante una estampida de elefantes, visitar a Azathoth en su corte, antes que recibir una furiosa arenga por parte de Anna Pickman. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo. La medium de la familia estaba tremendamente cabreada, en un estado que se podía definir como “tormenta perfecta”, y con razón. La tempestad nocturna con sus extrañas consecuencias había provocado que el grueso de estudiantes, que se habían acostado tarde estudiando para los exámenes del día, se hubieran quedado dormidos al no sonar sus despertadores ni las alarmas de sus móviles, ya que todos se habían quedado con las pilas y baterías agotadas. ¿Y a quién ibas a llamar en ese caso? Al tonto del pueblo, a Brontes, el dios del trueno. ¿No se había provocado todo por la tormenta nocturna? ¿No era todo acaso un follón provocado por la falta de electricidad, por un fallo de energía? Pues nada, adivina a quien le tocaba solucionar el follón. Con la cabeza retumbando tras sentir la furia pesadillesca de Anna, Brontes trató de idear algún plan de contingencia para el problema que no era precisamente pequeño: Había que despertar, vestir y enviar a las aulas para que se examinaran a tiempo a más de un centenar de alumnos profundamente dormidos. Con Anna pegado a él mirándole con expresión furiosa, el dios tuvo un momento de inspiración que le llevó a la carrera a buscar a Unglaublich, el servidor de los otros dioses residente.

Cuando Brontes le explicó el plan que había ideado, la protoplásmica masa del ser, que había adoptado temporalmente el aspecto de una especie de sapo de cuyo lomo surgían hordas de zarcillos, se sorprendió tanto ante lo osado del mismo que, durante unos instantes, su cuerpo se removió en una plasticidad informe y ameboide hasta que logró recuperar el control y adoptar de nuevo la forma batracia. De algún ignoto rincón de su cuerpo extrajo una flauta de pan (por alguna razón, Unglaublich coleccionaba flautas), y se dispuso a poner en marcha el plan de contingencia del dios.

Anna, quien finalmente había decidido echarles una mano, y el griego junto con el multiforme flautista, comenzaron a recorrer las habitaciones de la residencia, aprovechando las capacidades teleportadoras de Unglaublich. Como un tornado de tres individuos, usaban la llave maestra de Anna para entrar en una habitación, meterle una pastilla de cafeína al/la estudiante para despertarlo, vestirlo a toda prisa y de cualquier manera y pasar a la siguiente habitación. Por el camino, encontraron prácticamente de todo: nerds fanáticos de las ciencias, obsesos del ocultismo, parejas que habían pasado de estudiar a realizar actividades más aeróbicas en la cama y se habían quedado dormidos juntos y desnudos, habitaciones forradas de fotos de mujeres desnudas bajadas de internet e impresas, habitaciones pijas que daban auténtica grima, a Welcome dormida con un short y una camiseta en una pose más bien poco digna, estudiantes que se habían quedado dormidos sobre los libros, y todo tipo de fauna que puede hallarse en ese ecosistema conocido como “universidad”. Cuando hicieron todo el recorrido, se teleportaron a la sala desde donde se controlaba el sistema de megafonía de la residencia, instalado por Summanus y que el dinosauroide, por alguna extraña razón, había enganchado con el sistema de megafonía de la Miskatonic. Aunque usualmente no se utilizaba salvo para algún simulacro de incendio o para poner hilo musical durante alguna fiesta o evento, en esta ocasión se le iba a dar un uso bien distinto. Unglaublich, con su flauta de pan, comenzó a tocar una extraña y alienígena melodía destinada a entrar por los oídos y conectarse directamente a los centros motores del cerebro humano, por lo que la horda zombi de estudiantes recién despertados y aun somnolientos se puso en marcha como un único cuerpo y comenzaron a avanzar tambaleándose al unísono, como si estuvieran poniendo en práctica una coreografía que resultaba sospechosamente familiar. Tan familiar como la melodía que interpretaba el servidor de los otros dioses, que a Anna le pareció una extraña versión de “Thriller” de Michael Jackson y cuyo baile parecían imitar los estudiantes.

De esta curiosa manera, la horda zombi universitaria surgió de la residencia como una maraña de cuerpos adormilados con los calzoncillos en la cabeza, las bragas sobre los pantalones, sujetadores colgando de los brazos, camisas con los faldones fuera, jerséis puestos del revés y demás desastres indumentarios. Avanzaban bailando y tambaleándose en dirección a las aulas, donde los sorprendidos profesores los veían entrar y tomar asiento sin ser muy conscientes de lo que sucedía. Cuando el último de los estudiantes había llegado a su lugar, Anna pudo respirar tranquila y felicitar a Brontes y Unglaublich por su excelente actuación. Tan sólo esperaba que no volviera a repetirse otra vez semejante problema, pero, con la experiencia que tenía en aquella loca universidad, esperaba cualquier cosa.

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